ACERCA DE LAS AUTORAS

domingo, 19 de febrero de 2012

LA CRESPERA: LOS RELATOS DE MARTA CRESPO


PROLOGO  
Por Liduvina Carrera
Cuando el lector se aproxima a los relatos de La Crespera, de Marta Crespo, siente que ante su vista se presenta un lienzo con pinceladas de variados relatos; en efecto, las narraciones de este libro ofrecen un collage de cuadros con figuras, espacios y tiempos, finamente engranados pro dos hilos conductores: el calor del hogar y la remembranza de las tradiciones. Es de acotar que los relatos de Marta se presentan como verdaderos cuadros vivientes; su estructura consiste en un montaje de narraciones sencillas, hermosas e íntimas, capaces de mover los sentimientos de quien recuerda con tanto amor, por una parte, su lugar de juegos infantiles, el hogar que la cobijó, la vio crecer y también fu refugio de amor y aprendizaje para sus propias hijas; por otra, es indudable la presencia de la docente y de la investigadora, acostumbrada a la enseñanza con palabras sencillas.
El primer hilo conductor, como se ha observado, se refiere al calor del hogar; es evidente la forma cómo la autora brinda un sinfín de sensaciones calidad, al presentar el entorno que abriga a los personajes de sus relatos y ha bendecido, en el referente real, a su propio hogar paterno: “La Crespera fue un bonito lugar donde crecieron mis hijas, al calor de los abuelos y cerca de los tíos (…) era lugar de encuentro de parientes  y amigos”. Desde el comienzo de los textos, se van dando las pinceladas del bosquejo narrativo que, luego, irán definiendo las fisonomías de sus protagonistas; de esta manera, cada relato tiene un sugestivo comienzo que invita a desnudar el texto completo para conocer los acontecimientos anunciados en las primeras líneas; así, se puede leer en las siguientes frases: “Nerón era un caballo viejo con nombre de emperador”; “Una vez, una gallina jabada que estaba clueca, se echó sobre uno de los nidos”; “En el patio de la Crespera había tres enormes gansos”; “Luis Andrés (…) tuvo una mañana del último domingo de la Semana Mayor (…) una brillante idea”; “En las navidades, Barlovento posee una magia especial, las casa visten de galas con los nacimientos y arbolitos”.
Indiscutiblemente, el estilo lírico de la obra entrega un sabor personal digno de atención estética; por sus páginas, es frecuente un desfile primoroso de personajes que evocan emociones experimentadas en la vida real, con los referentes familiares que toman vida en los relatos. Por los espacios textuales, se pasea una gama de entes ficcionales, capaces de recordar a quienes en la vida real son las hijas: “Ninela, era una de las niñas”; “Carlita es otra de las niñas” o el resto de la familia: “Fanny, mi hermana”; “Padrino Javier”; “Maritza, mi hermana menor”; “abuelita Graciela”; “tía Cecilia, hermana de mi mamá”, entre otros.
El lugar físico de estas narraciones está bien definido: “un buen día mi papá decidió emigrar desde el valle de Guarenas hacia Barlovento”; (La Crespera) quedaba en un caserío denominado Santa Rosalía”. En esos entornos naturales, los árboles entregan protección  mimosa: “Vivíamos felices, rodeados de la exuberante flora regional, donde el totumo, la guama, el guácimo, el mango, el aguacate, el cacao y otros árboles nos prestaron su sombra”. Además, en las líneas que lo definen, se observan paisajes llenos de bucolismo, propios de los mejores textos clásicos de los antiguos poetas greco-romanos, porque invitan a disfrutar la paz del campo: “Apreciábamos el calor del hogar con las pinceladas de la vida del campo”; “En el campo la vida es amable desde que amanece, plena de sonidos naturales que ennoblecen el espíritu”.
Estos relatos están impregnados de los valores recibidos en el hogar; entre otros, los religiosos: “quedó la devoción hacia esta bella imagen que sacan de la iglesia los Martes Santos, Jesús Humilde y Paciente”; los que conforman la unión familiar:  “era el hogar de nuestros padres, nos revestíamos de amor, cariño y volvíamos a ser niños”; de la misma forma, está presente todo lo que implica el agradecimiento: “Dar gracias por la vida” y la remembranza de la imagen paterna, germen de los dones recibidos: “De los cuentos del corredor aprendí lo que fue su vida y valoré más su grandeza”.
En lo que respecta al segundo hilo conductor de  los relatos, el folclore, hay que hacer la acotación de que Marta Crespo es cultora de tradiciones, de costumbres y del pasado hermoso de los pueblos mirandinos; por eso, su texto derrocha, con palabras sabias, sus conocimientos acerca del saber popular y del pasado remoto de sus espacios ficcionales. En  algunos de sus cuadros, es posible disfrutar de una cátedra libre del conocimiento popular, sus personajes son capaces de explicar ciertas fechas tradicionales con la mayor sencillez de su discurso: “Las personas se unen para salir de parranda a cantar por todo el pueblo, con ganas de compartir y festejar. Un 28 de Diciembre acudimos a la población de Sotillo, cercana a Santa Rosalía”; de la misma forma, trae al presente los olvidados juegos tradicionales: “la prenda, el regalo, el secreto, la carta rusa”. Tampoco es de extrañar el cultismo folclórico de alguna voz textual: “Bueno, yo les voy a contar lo que sé del día de los Santos Inocentes, que se celebra en toda esta zona”; “¿Eso sólo se celebra aquí en Barlovento? (…) también en otras zonas del país, pero con nombres como Zaragoza, Locos y Locainas, Boleros”.
Una de las tradiciones mencionadas en los cuadros de Marta, se refiere a la quema de Judas en Semana Santa; pero no se limita a la explicación, por el contrario, ofrece el relato con la mayor ingenuidad del juego infantil: “y el señor Judas paseó en carretilla todo el día (…)así, pasaron ese domingo jugando con el muñeco”; luego, concluye: “tal vez este Judas no era el mismo traidor que acostumbran a quemar como castigo”. Entre los rescates de ese pasado que se niega a olvidar sus tradiciones, se mencionan las siguientes: las “procesiones del pueblo” y la “quiebra de coco”; no falta la bebida típica cuando hace mucho calor en Barlovento: “un vaso de guarapo de papelón”. Este gustico por lo propio, por el “color local” también se aprecia en los nombres dados a los animales: “los niños los bautizaron con los nombres de Azúcar, Melao y Papelón”, “Guarapo, Bizcocho y Pan de Anís”, “ella era Perinola. Dominó y Bingo eran sus cachorros”.
Por otro lado, existe un conocimiento popular de las faenas del campo, como se puede apreciar a continuación: “esperando paciente 21 días para que nacieran sus pollitos. Ese es el tiempo que la naturaleza necesita” o cuando se comentan otras sabidurías populares como el nombre indígena de la onza: “Anoche leí que también le llaman Yaguarundí. Creo que es un nombre indígena”. De igual forma, es posible conocer la historia de la región: “Guarenas en este tiempo era una población rural” o los sencillos datos ofrecidos por el “almanaque Rojas hermanos” que tanta propaganda tuvo en el siglo XIX con la revista El Cojo Ilustrado.
Este aspecto, relacionado con el culto a las tradiciones y el amor a lo propio, no está completo si no se hace referencia a las expresiones y dichos populares que adornan la conversación sencilla de los campesinos. A continuación, algunos ejemplos llamativos e, incluso, explicaciones de su uso: “gua, gua, gua, gua ¿tú como que te paraste a jugá con pantano”; “¡Adiós carrizo!”; “!gua¡- ¡gua!¡gua! los nativos de esta zona repiten ese vocablo muchas veces, como si se les hubiera pegado al paladar”; “!Carajo chico¡”.
No se puede dejar a un lado el abordaje literario en estos relatos “cresperos”; porque resulta evidente que la escritora no ha partido de cero para la creación de finos y bien logrados recursos literarios. Marta ha tomado de la realidad concreta todo aquello que ha llamado su atención; por eso lo ha extraído del nivel funcional de la comunicación, ha ampliado sus detalles y ha logrado la interpretación de sus propias sensaciones en el sistema significativo más amplio de la literatura. En consecuencia, ha esgrimido las palabras como símbolos de nostalgia, alegría y tristeza, en una actitud personal ante la vida. En el discurso, existen expresiones metafóricas, sabiamente escogidas, como la trascendencia a la muerte: “sabía que pronto tendría que ir al cielo a ayudar a Dios con sus conucos”, o la que alude a las interpelaciones de los niños ante cualquier curiosidad: “este aguacero de oraciones y preguntas”.
Lo mismo podríamos decir en lo que respecta al uso de las imágenes de una realidad plasmada en los relatos; con las representaciones mentales, la autora enarbola el aspecto lírico y asciende hasta el contenido emocional que desea transmitir a su lector. Es frecuente observar el uso de las onomatopeyas que evidencias sonidos de los espacios del texto: “¡Cuac! ¡Cuac! ¡Cuac! ¡Cuac!” o símiles campestres: “suavecita como la piel de los conejos, pero inquieta como un tucusito”. En definitiva, en estos pasajes ha predominado la función placere por lo de la transmisión del placer estético; el estilo de Marta Crespo despierta emociones al lector por sus temas sensibles; ella hace gala de sus mejores prendas literarias y, por medio de los recursos estilísticos empleados, es posible apreciar el sentido estético que transmiten sus palabras.
En  todo caso, si elevamos nuestras consideraciones hacia el nivel pragmático, la narradora textual no es otra que la misma voz de Marta Crespo, prestada a su protagonista para que la ayude a organizar ficcionalmente los episodios más significativos de sus relatos. Por este motivo, derrocha familiaridad cuando se dirige al narratario último, su lector, en la reflexión final: “Hoy deseo compartir contigo nuestras experiencias para que disfrutes de tan gratos recuerdos (…). Algunos de estos cuentos e historias están frescos en mi memoria y te los ofrezco con mucho cariño”. Para la autora, es evidente el deseo de rescatar los valores familiares y las tradiciones, por eso, entrega tanto amor en sus líneas concluyentes: “Te regalo mi granjita, para que cuando crezcas, recuerdes cada cosa bonita que te ocurrió cuando eras niño, y con amor, se los brindes a tus hijos. Disfruta cada instante de tu vida al lado de las personas que conforman tu hogar, siembra la armonía donde quiera que estés, para que cuando crezcas, lo puedas transmitir a tus hijos. No dejes escapar ni un segundo de esta inmensa felicidad en esa mansión que Dios te regaló”.